
Alejandro Sandrigo, delegado gremial, habló con La Grieta desde el acampe frente a la planta de Avellaneda. Denunció falta total de diálogo con la empresa, salarios impagos y un panorama desesperante para más de 200 trabajadores.
Desde hace semanas, frente a las oficinas de Vicentin en Avellaneda, el acampe de trabajadores se ha transformado en un símbolo del colapso productivo y humano que atraviesa la histórica firma. Alejandro Sandrigo, delegado gremial, describió en una entrevista con La Grieta un escenario devastador: “Con poco hoy se está mejor que nosotros. Nuestra situación ya la conoce todo el país. Estamos comiendo ahorros, pidiendo prestado y endeudándonos para sobrevivir”.
Los trabajadores denuncian que ni siquiera el 25% del sueldo que se les propuso cubriría sus necesidades básicas. “Ese 25% no llega ni al alquiler. Y la mayoría lo pierde automáticamente por débitos en la cuenta. El mes pasado muchos compañeros no vieron ni un peso”, remarcó Sandrigo.
Sin respuestas ni diálogo
Lo más grave, según expresó el delegado, es la indiferencia total de la empresa: “Estamos a 15 metros de la gerencia y jamás se acercaron a hablar. No hay diálogo. Solo comunicados en portales web. Y eso duele”.
La planta de Avellaneda cuenta con unos 200 trabajadores, entre operarios y personal administrativo. Hoy, todos atraviesan una incertidumbre angustiante. “La última quincena ya cerró y no cobramos. Y la planta está parada. El jueves pasado se frenó la caldera. No es que no queremos trabajar: no podemos”.
Según relató Sandrigo, muchas familias se están reconfigurando para sobrevivir: “Hay compañeros que tuvieron que traer a sus hijos de otras provincias porque ya no pueden pagar los estudios ni la estadía. Es una situación inhumana”.
Una cadena que se rompe
La crisis no afecta solamente a los trabajadores directos. Bullanor —una de las firmas interrelacionadas— tiene cerca de 300 empleados y también atraviesa un parate crítico. En este contexto, los gremios afirman que los problemas comienzan a replicarse en otras plantas del grupo, como las de Ricardone, San Lorenzo y Ocampo.
“Esto no lo vivimos nunca en 22 años. La planta se viene abajo. Hay falta de mantenimiento y se trabaja solo con la voluntad de los compañeros. Estamos atando todo con alambre”, denunció Sandrigo, mecánico dentro de la planta.
El acampe, que funciona las 24 horas, es sostenido por turnos rotativos de los trabajadores. Allí, se organizan ollas populares y se intercambia información minuto a minuto. “No es una decisión sindical. Es el hartazgo. La necesidad. La bronca. Nos estamos bancando en silencio algo que nadie merece”.
Vicentin: silencio y abandono
La falta de comunicación directa con la empresa es una de las principales quejas del gremio: “Nuestros encargados entran y salen, tienen contacto con la gerencia. Nosotros no. Nunca nos invitan a las reuniones informativas. Y no entendemos por qué. Estamos todos tirando del mismo carro, pero parece que no todos quieren empujar”.
En la audiencia judicial del último viernes, el juez exigió a la firma información clave en 72 horas. El sindicato, por su parte, también pidió la intervención judicial ante el incumplimiento reiterado de acuerdos.
“Nosotros venimos ayudando desde enero. Acordamos cobrar de una forma distinta durante tres meses y ellos no cumplieron. Ya no se puede así. La planta no la paramos nosotros. Y queremos seguir trabajando. Pero no en estas condiciones”, reclamó Sandrigo.
Consecuencias sociales y económicas
Sandrigo también advirtió que la crisis golpeará más allá de la planta: “El vecino que hoy cree que esto no lo afecta, lo va a sentir. El comercio local ya lo siente. Hay compañeros que piden fiado. Otros tienen que dejar de pagar el alquiler. Esto va a tener un impacto fuerte en toda la región”.
Finalmente, se refirió a la necesidad urgente de soluciones reales: “No pedimos milagros. Solo seriedad. Que alguien se haga cargo. No puede ser que haya compañeros que se están por jubilar y pasen por esto después de 40 años de trabajo. Nos tratan como rehenes”.
Mientras tanto, el acampe sigue. En silencio, con dignidad, pero también con hambre y desesperación. La historia se repite en un país donde las promesas empresariales muchas veces no valen ni el papel en el que se firman.
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