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El jubileo de uno de los faraones más longevos de la historia de Egipto

A lo largo de sus 67 años de reinado, Ramsés II celebró en 14 ocasiones el jubileo o Heb Sed, una espectacular y compleja festividad dirigida a renovar sus fuerzas y continuar siendo el garante del orden y la justicia como faraón de Egipto.

En el trigésimo año de su reinado, Ramsés II celebró una gran fiesta cuyo eco se sintió en todo Egipto: el Heb Sed, o jubileo real. El encargado de organizarla fue el cuarto hijo del faraón, el príncipe Khaemuaset, sumo sacerdote de Ptah en Menfis, ayudado por el visir de Tebas, Khay. Khaemuaset anunció la inminencia de la fiesta sed de su padre desde la ciudad de Menfis.

Un enviado real viajó entonces a todas las capitales de provincia de Egipto para anunciar la celebración, dejando constancia escrita de la cita en templos y edificios civiles importantes. Una de estas inscripciones se halla en el muro exterior del templo erigido por Horemheb en Gebel el-Silsileh. Allí, junto a la imagen de Khaemuaset, aparece un breve texto que dice: «Año 30: en la primera celebración de la fiesta sed del Señor de las Dos Tierras Usermaatre-Setepenre [Ramsés II], que vivirá para siempre, Su Majestad ha ordenado que la fiesta sed sea anunciada de un extremo a otro del país por el príncipe y sacerdote sem Khaemuaset».

El jubileo de Djoser. En este relieve, procedente del complejo funerario de Djoser en Saqqara, se muestra al faraón envuelto en la túnica ritual a punto de celebrar su Heb Sed. Museo Egipcio, Turín.

La ceremonia del Heb Sed tuvo lugar en Pi-Ramsés, «la ciudad de Ramsés», una ciudad de nueva planta construida por el faraón en el sur de Egipto, en la parte oriental del delta del Nilo, y convertida en nueva capital del país en lugar de la milenaria Tebas. Allí el soberano había ordenado erigir un espléndido salón de fiestas con gigantescas columnas de once metros de altura, mientras que en los otros grandes templos de Egipto, sobre todo en Menfis, sede del templo de Ptah, se celebraron ceremonias paralelas.

La fiesta del Heb Sed era un acontecimiento excepcional. Dado que tenía lugar tras treinta años de reinado, pocos faraones tuvieron ocasión de celebrarla; entre ellos se encuentran Tutmosis III, Amenhotep III y, por supuesto, Ramsés II. Bien es cierto que otros soberanos lo celebraron mucho antes, incumpliendo la regla de los treinta años, ya fuese porque accedieron al trono tarde o por motivos religiosos, como Akhenatón. Tras el primer jubileo se celebraban otros cada dos o tres años de reinado, lo que hizo que Ramsés protagonizara, a lo largo de sus 67 años en el trono de Egipto, un total de catorce jubileos, un récord en la historia egipcia.

Garante del orden

El significado de esta celebración está relacionado con la mitología y la religión egipcias. Según estas creencias, al principio de los tiempos Egipto estuvo gobernado por los dioses, quienes después transmitieron su poder a los gobernantes mortales. El faraón era elegido por las divinidades, y era el único intermediario entre la humanidad y el mundo divino, por lo cual debía garantizar la maat –el orden y la justicia– en el mundo y destruir todo lo que fuera isetef, es decir, caos y confusión. El origen divino del faraón se formula así en una inscripción del templo de Ramsés II en Abidos: «El propio Señor Universal [el dios Re] me ensalzó desde que era un niño hasta que me convertí en soberano. Me confió el dominio de la tierra cuando aún estaba en el huevo [en el vientre materno]. Los nobles besaron el suelo ante mí cuando fui elegido».

Tras la muerte del rey, el mundo podía quedar sumido en el desorden, aunque la coronación de su sucesor devolvía el orden a la creación. La función real se «encarnaba» en el soberano en la coronación: cuando la doble corona del Bajo y el Alto Egipto se colocaba sobre la cabeza del nuevo faraón, este se convertía inmediatamente en un dios en la tierra. El soberano así coronado daba nueva vida al mundo iluminando el cosmos como el Sol. La función de la realeza era una especie de cadena infinita, ininterrumpida desde el principio de los tiempos, en la que cada faraón constituía un eslabón y se conectaba directamente con los dioses primordiales.

Rituales ancestrales

La realeza egipcia era, pues, de origen divino, pero también resultaba innegable que un faraón, por divino que fuera, estaba sometido a la vejez y a la muerte. Era en este punto donde intervenía el ritual mágico del Heb Sed, pues éste tenía como función renovar las facultades físicas e intelectuales del faraón reinante. El nombre sed significa «cola» y se refiere a la cola de toro, símbolo y atributo del soberano y de su fuerza, que el rey llevaba junto con la falda corta shendyt.

La fiesta sed constituía un verdadero rito iniciático en el que el rey, ya anciano y débil, moría simbólicamente para renacer después, rejuvenecido y más fuerte. El dios Ptah de Menfis, la antigua capital de Egipto, era el patrón de las fiestas jubilares.

La fiesta parece derivar de oscuros rituales que se remontan a la más remota prehistoria, en los que el soberano, cuando ya no tenía fuerzas para gobernar, era asesinado y sustituido por otro más joven. El rey encarnaba a la tribu, al clan, y sus males y sus defectos se habrían visto reflejados en toda la comunidad. Posteriormente se creó la fiesta Heb Sed, una celebración en la que en lugar de matar al gobernante se renovaban sus fuerzas mediante ritos mágicos y con una muerte simbólica.

Las etapas de la fiesta

Para reconstruir las etapas de la fiesta sed hay que recurrir a textos e imágenes fragmentarios que pertenecen a distintas etapas históricas. De este modo se pueden identificar algunos de los ritos que se llevaban a cabo, pero no su secuencia exacta.

Esta ceremonia puede esquematizarse en tres fases diferentes. Durante la primera, se repetía la coronación del soberano, que se sentaba en dos tronos, uno que representaba el norte de Egipto (Bajo Egipto) y otro el sur (Alto Egipto). El faraón vestía un manto ceñido que le daba una forma parecida a la de una crisálida, quizá para acercar su figura a la idea de regeneración espiritual y física.

En la segunda fase también participaban en el ritual la Gran Esposa Real y sus hijos, exaltando así la herencia dinástica del pasado, simbolizada por la esposa principal del faraón, a través de la cual se transmitía la realeza, y los reinados del futuro, simbolizados por los hijos del monarca.

En la tercera fase, el gobernante se identificaba con Osiris y, con la ayuda de algunos sacerdotes, alzaba el pilar djed, símbolo de estabilidad y equilibrio. Durante la ceremonia, el rey debía realizar una carrera ritual, ataviado con el rabo de toro, sed, y con la falda corta shendyt, para demostrar su vigor. Finalmente, al término de la ceremonia, el faraón, fortalecido, visitaba a los principales dioses del país en sus correspondientes capillas.

Aunque no disponemos de descripciones detalladas sobre esta fiesta, no hay duda de que los jubileos reales atraían a multitud de personas, ya que eran citas festivas en las que se regalaba comida y bebida. En una carta dirigida a su madre, un trabajador de las tumbas reales llamado Amek se quejaba de que le habían encargado custodiar un par de sandalias de un soldado que de repente había partido hacia el norte para asistir al jubileo de Ramsés II: «Me tendió sus sandalias, diciendo: “guárdamelas”, y ¡por Ptah que voló al norte de noche! […] ¿Esto significa que fue al norte por el jubileo?».

Jubileos regeneradores

Tras organizar los cinco primeros jubileos de su longevo padre, Khaemuaset, lastrado por la edad, dejó la tarea en manos del visir Khay y, más tarde, en las de su hermano Merneptah, quien sucedería a Ramsés en el trono de Egipto. Los jubileos duodécimo, decimotercero y decimocuarto se celebraron con un año de diferencia porque el faraón había envejecido y necesitaba savia nueva para permanecer en el trono. La larga serie de jubileos había mantenido con vida al faraón mucho más tiempo del esperado, pero durante el año 67 de reinado el corazón de Ramsés II dejó de latir. El soberano, de casi noventa años, dejó al mundo sus enormes edificios de piedra y a la tierra sus restos mortales para unirse al consejo de dioses que lo esperaba. Como escribe el egiptólogo inglés Kenneth A. Kitchen: «Hombre por naturaleza, poseedor de una función divina en vida, el rey moribundo alcanzaba el panteón divino, es decir, se unía al augusto consejo de los antiguos soberanos fallecidos, los “antepasados reales”».

Agua regeneradora

Según los egipcios existía una relación muy estrecha entre la crecida del Nilo y los jubileos reales. Se creía que estas celebraciones podían hacer abundante la crecida. En el año 30 de Ramsés II un poeta escribió: «¡He aquí, una gran inundación para el primer jubileo de Ramsés II! [el río] tiene un codo de alto, ninguna orilla puede resistirlo, ¡hasta las montañas tienen peces y están llenas de pájaros salvajes!». El milagro del jubileo se había renovado.

El pilar Djed y el Jubileo del Faraón

En la tumba de Kheruef, un alto funcionario de Amenhotep III, en Tebas, una serie de relieves representan las distintas ceremonias que integraban la fiesta del Heb Sed; el mismo Kheruef organizó la del año 37 del reinado de Amenhotep. Aquí se reproduce el momento de la erección del pilar djed. El faraón (1) aparece seguido por la Gran Esposa Real (2) y las princesas (3), que agitan sistros. Al alba, el monarca tiraba de la cuerda para levantar el pilar djed (4), ayudado por algunos servidores. Este pilar se identificaba con el dios Osiris y el acto de enderezarlo simbolizaba el retorno a la vida desde el inframundo. De este modo, el faraón también recuperaba su virilidad. Como escribe Christiane Desroches Noblecourt, «el envejecimiento de las tinieblas era expulsado y reemplazado por la radiante luz». La misma autora observa que, al erigirse el pilar, «unos hombres armados con grandes tallos de papiro (5) debían luchar con las ciénagas, simulando la lucha de las fuerzas enfrentadas». El relieve también refleja la presentación de ofrendas al pilar osiríaco (6). // NatGeo

 

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