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El Mercosur al borde de la ruptura definitiva

El Gobierno argentino librará en esta semana una batalla decisiva por la supervivencia de su concepción del Mercosur, en el que ese espacio debe ser la base del crecimiento de los sectores industriales de los Estados miembros, incluso a despecho de una cierta actitud proteccionista.

La pretensión, de cualquier modo, nace con alas cortas: si algo del bloque va a quedar en pie, al menos tal como se lo ha conocido hasta hoy, será en tonos bemoles, ya que las negociaciones de libre comercio se seguirían realizando de manera conjunta, pero -diferencia fundamental- con la posibilidad de que eso ocurra a diferentes velocidades.

El país les presentará mañana a Brasil, Uruguay y Paraguay su propuesta para que las tratativas comerciales se sigan realizando en conjunto, conforme lo establece la decisión del Consejo del Mercado Común 32/2000, aunque -lo dicho- a ritmos desdoblados. A partir de ese día se abrirá un proceso de análisis que debería desembocar el jueves en una definición en la reunión de coordinadores nacionales.

La movida es posterior a las marchas y contramarchas que exhibió la Cancillería en torno a la cuestión en la semana que fue del jueves 24 al 30 de abril. En el Palacio San Martín niegan que en ese período haya dado un paso adelante y otro atrás, a la vez que aseguran que su estrategia apunta a ganar tiempo ante una presión irresistible de sus tres socios activos en pos del libre comercio a ultranza y perjudicial para el interés nacional. Venezuela, cabe recordar, está suspendido. Desmienten, además, con razón, que se haya barajado una eventual salida del bloque, sin sentido solo apto para chicanas políticas y mediáticas.

Lo concreto es que, en el ínterin, el país pasó de anunciar su retirada de las negociaciones en curso con Corea del Sur, Singapur, Líbano, Canadá y la India, entre otros países, a restablecer su participación en esos diálogos aunque “a ritmos diferenciados”. Todo expresado en sendos comunicados de dudosa eficacia comunicacional.

Tanto es así que el primero de esos textos terminó por ser precisado por uno de la Cancillería de Paraguay, país que detenta la presidencia pro tempore del bloque, que indicaba que se evaluarían “las medidas jurídicas, institucionales y operativas más adecuadas” y que “la República Argentina (…) indicó que no será obstáculo para que los demás Estados partes prosigan con los diversos procesos negociadores”. Es decir que ya estaba sobre la mesa la posibilidad de un Mercosur abierto aunque a diferentes marchas, pero es una diferencia no menor que el país sea parte de ese proceso con sus representantes sentados a la mesa o fuera de ella.

Parte del cambio de planteo respondió a las presiones externas, como la conversación que mantuvieron los presidentes Luis Lacalle Pou y Alberto Fernández. Sin embargo, pesó también una evaluación incómoda, señalada por Ámbito Financiero hace una semana: sin ser parte del proceso de negociaciones, un eventual tratado de libre comercio entre Brasil, Uruguay y Paraguay con otros países les provocaría a las empresas exportadoras argentinas pérdidas netas de las reservas de mercado que disfrutan desde hace tiempo, algo que no se podría amortiguar de ningún modo, ya sea a través de la exigencia de plazos de convergencia, cupos o aranceles diferenciados para sectores sensibles. Ese, más allá de la ruptura lisa y llana del Mercosur, era (es) el peligro mayor.

La piedra del escándalo, que puso en peligro toda la arquitectura de integración levantada a lo largo de tres décadas, fue el avance decisivo de las negociaciones con Corea del Sur, empujadas sobre todo por Brasil y Uruguay. “Esto es una pena”, dijeron en la delegación brasileña cuando en secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Argentina, Jorge Neme, anunció el paso al costado inicial del país ante la promesa asumida por el bloque en diciembre, tras en cambio de gobierno, de avanzar a un ritmo más lento. “La apertura comercial es fundamental para Uruguay y en ese objetivo no hay diferencias entre el gobierno anterior y el nuevo”, señaló, por su parte, Valeria Csukasi, directora general oriental para Asuntos de Integración y Mercosur, funcionaria de Tabaré Vázquez y ahora de Lacalle Pou. Quienes la escucharon, percibieron que la postura uruguaya es acaso más radical que la brasileña.

El principal problema argentino con Corea del Sur es que ese país suele ser muy ágil para imponer barreras fitosanitarias e impedir importaciones de alimentos. Por caso, el arroz, es un ítem blindado por Seúl.

“Hace años que queremos venderles alimentos y siempre fue imposible”, le explicaron en Cancillería a Ámbito Financiero.

Para peor, señalaron allí, el acuerdo que está a punto de cerrarse con ese país no establece ningún capítulo específico sobre barreras fitosanitarias, algo que, entienden, podría resultar sumamente lesivo.

En tanto, Corea podría inundar con bienes industriales la región, donde la Argentina encuentra su principal mercado. Por caso, el 35% de las exportaciones industriales argentinas se dirigen en la actualidad a Brasil, proporción que se eleva por encima del 50% cuando se trata de pequeñas y medianas empresas.

De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica, “Corea del Sur es la 5º mayor economía de exportación en el mundo (…) En 2017, exportó por 596.000 millones de dólares e importó por 471.000 millones”.

“Las principales exportaciones de Corea del Sur –añade– son circuitos integrados y microestructuras electrónicas (104.000 millones de dólares), automóviles (40.100 millones), aceites de petróleo o de mineral bituminoso, transatlánticos, barcos para excursiones, transbordadores, cargueros, barcazas y barcos similares para transporte de personas o mercancías (24.400 millones) y partes y accesorios de automóviles (19.100 millones).

El Gobierno argentino no tiene garantías sobre lo que sus socios definirán el jueves, pero traza dos líneas rojas: a pesar de que mantendrá a sus diplomáticos en la mesa de las negociaciones, no firmará el libre comercio con Corea; tampoco aceptará una ruptura del Mercosur. De lo segundo surge la flexibilidad de aceptar negociaciones a diferentes velocidades, algo que no mucho tiempo atrás habría resultado intolerable.

“Podemos invocar la decisión 32, pero sabemos que no es la Biblia y que, si lo hacemos, Brasil podría simplemente decirnos ‘hasta acá llegamos’”, le dijo una fuente conocedora de estos entretelones a Ámbito Financiero.

Es cierto que un proceso de salida resultaría engorroso y que el Tratado de Asunción establece, en su artículo 22, un período de salvaguarda de dos años. Sin embargo, la posibilidad de un hecho consumado flota en el aire, la atracción que el mercado estadounidense ejerce sobre el vecino es enorme y la imprevisibilidad de Jair Bolsonaro no puede ser desestimada.

Se acercan días clave para la supervivencia del Mercosur. ¿Pero qué Mercosur saldrá de ese proceso? El futuro se parecerá poco a todo lo que conocimos.

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