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Europa arranca una nueva era sin Reino Unido

Los Veintisiete afrontan un periodo de reformas y redefinición del proyecto común para evitar más rupturas y recuperar la confianza de la opinión pública.

La Unión Europea vivirá este 31 de enero su particular Nochevieja, mucho más amarga que las habituales de fin de año. Será sin uvas, pero dejará una gran resaca geopolítica, social y económica provocada por la salida del Reino Unido de la Unión 47 años después de su ingreso.

La primera escisión en la historia del club obliga a los 27 socios restantes a plantearse la viabilidad de su modelo de convivencia política. La cuenta atrás del Brexit termina y empieza otra hacia una nueva Europa que, en el cambio, se juega en parte su supervivencia.

El debate sobre el futuro del club coincide con un momento muy delicado de la situación internacional, marcada por un desafío sin precedentes al orden mundial, un repliegue nacionalista en buena parte de la opinión pública y una falta de entusiasmo en varias capitales europeas por seguir adelante con el mayor ejercicio de integración política de todo el planeta.

Tras el precedente del Brexit, la gran pregunta que flota sobre Bruselas es si la salida del Reino Unido será el final de una relación turbulenta o el principio de una disgregación con inquietante destino: el sistema de naciones rivales que sembró de muerte el continente durante siglos.

La Unión ha estado esquivando esa pregunta desde el 23 de junio de 2016, como si se negara a atravesar el duelo de aquella noche en que al filo de la una de la madrugada quedó clara la victoria del Brexit en el nunca deseado referéndum. “Durante la negociación del acuerdo de salida [de marzo de 2017 a diciembre de 2019] se había tomado distancia con el doloroso sentimiento provocado por el resultado del referéndum”, reconoce Margrethe Vestager, vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea. “Pero este 31 de enero es un día muy triste, que nos va a hacer rememorar el dolor de aquella noche, que vuelve el día del Brexit”.

Al dolor se sumará la incertidumbre ante el arranque de una nueva era para el club nacido en 1957 con la firma del Tratado de Roma. El 1 de febrero se estrena la Europa menguante. La Unión estaba acostumbrada a una larga lista de espera para entrar. Y había alcanzado su máximo apogeo con 512 millones de habitantes, cuatro millones de kilómetros cuadrados y un PIB de casi 16 billones de euros. Salvo que regrese Reino Unido, la Unión Europea nunca volverá a batir esos tres récords al mismo tiempo.

La incógnita planea sobre el futuro de un club que pierde a un país que representa el 13% de su PIB mientras atranca la puerta para que no entren países tan vulnerables como Albania o Macedonia del Norte; que pierde a su gran potencia militar justo cuando EE UU se desentiende de la defensa del continente europeo; y que pierde a la cuna de la democracia liberal mientras tolera en su seno derivas autoritarias como las de Polonia y Hungría o asesinatos de periodistas en Eslovaquia o Malta.

“El Brexit es también un fracaso de la Unión, un fracaso nuestro”, ha apuntado el eurodiputado liberal Guy Verhofstadt, presidente del grupo del Parlamento Europeo encargado del seguimiento de las negociaciones del acuerdo de salida negociado por Londres y Bruselas. “¿Cómo es posible que un país donde el 70% de la población votó a favor de pertenecer a la Unión opte, 40 años después, por salirse?”, se preguntaba Verhofstadt en el debate previo a la aprobación del acuerdo de salida en la Eurocámara.

Las hipótesis sobre las razones del Brexit se suceden desde hace más de tres años. Y apuntan unas al desapego tradicional de los británicos hacia la Unión Europea, otras a las campañas de desinformación, y otras al impacto de las recientes crisis sufridas por Europa, en particular la financiera y la migratoria. El club, sin embargo, no tiene demasiado tiempo para mirar al pasado. Y su respuesta al Brexit pone más bien la mirada en los años venideros.

A partir de mayo, la UE convocará una conferencia sobre el futuro de Europa, llamada a ser la antesala de las posibles reformas. El plan apunta a dos años de consultas, tanto con los Parlamentos nacionales como con la opinión pública, para calibrar con precisión los avances que pueden lograrse. Nadie en Bruselas quiere repetir el costalazo de la Constitución europea, un proyecto que asustó a una parte del electorado y acabó enterrado por sendos referendos en Francia y Holanda.

“Necesitamos que la ciudadanía vuelva a confiar en el proyecto europeo y que vuelva a sentir que Europa es ese espacio de las oportunidades y de los derechos”, señala la eurodiputada Iratxe García, líder del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo. Acecha el peligro, sin embargo, de que sea devorada, como en otras ocasiones, por el debate institucional tan frecuente en Bruselas y tan alejado de los intereses de la mayor parte de la opinión pública. García confía en conjurar ese peligro. “Creo que la conferencia es una oportunidad que no debemos dejar pasar”, asegura.

En todo caso, los cambios no serán inmediatos. El calendario señala 2022 como punto final de la conferencia, un momento que coincidiría con un relevo en el poder en Berlín (la canciller Angela Merkel llega el año que viene al final de su mandato) y con la renovación de Emmanuel Macron como presidente o su relevo si pierde las próximas elecciones (primavera de 2022).

La Europa de la era pos-Brexit intentará dejar atrás un traumático periodo, repleto de crisis existenciales para el club y de graves consecuencias sociales y económicas en una buena parte de los socios. La salida del Reino Unido ha sido la hecatombe más visible. Pero no la única.

El hundimiento de Grecia, la cuasi ruptura del euro, los millones de parados o la transformación del Mediterráneo en la frontera más mortífera del mundo han alentado el recelo hacia los poderes públicos, incluidas las instituciones comunitarias. En Francia y en Grecia, la desconfianza hacia la UE es incluso mayor que en el Reino Unido, según el último sondeo del Eurobarómetro de la Comisión (noviembre de 2019). En 10 de los 28 socios, según el mismo sondeo, una mayoría de la población desconfía de la UE, incluidos países como Alemania, Italia y España.

“No sabemos interpretar lo que está pasando en nuestras sociedades”, avisa una antigua dirigente europea. “Hemos perdido, como decía Juncker, el entusiasmo por el proyecto europeo, y para recuperarlo hay que saber qué queremos hacer juntos”.

Hasta ahora, los 27 se han limitado a capear el temporal y a mantenerse unidos para exigir al Reino Unido que saldase sus cuentas antes de irse (50.000 millones de euros) y que respetase los derechos adquiridos por los ciudadanos europeos residentes en suelo británico. El objetivo se ha cumplido con creces. “Pero las divisiones pueden surgir en la nueva negociación sobre la futura relación con Londres, que afectará directamente a muchos sectores económicos”, reconocen fuentes del equipo de Michel Barnier, negociador jefe europeo para el Brexit y el pos-Brexit.

La salida del Reino Unido desencadenará, además, un reequilibrio de fuerzas en el seno de la Unión, con una preponderancia de Berlín y París que inquieta a los socios más pequeños. “La salida de los británicos dejará un vacío”, señala Vestager. Y avisa: “Ese vacío tiene que llenarse o las cosas implosionarán”.

Italia y España se postulan para ocupar el puesto dejado libre como fiel de la balanza. Pero la vicepresidenta de la Comisión cree que el contrapeso al presunto eje franco-alemán, cada día más oxidado, “probablemente no llegue de un solo país sino de alianzas ad hoc en función de los asuntos que se aborden”.

La primera prueba de fuego llegará con el nuevo marco presupuestario de la Unión (para 2021-2027), en el que la salida británica deja un agujero de más de 70.000 millones de euros. Y la negociación en marcha corrobora el pronóstico de Vestager. Los socios se han dividido entre “frugales”, una alianza liderada por Holanda en apoyo de Alemania, y “amigos de la cohesión”, donde España, Portugal y los países del Este esperan parapetarse con la ayuda de Francia.

Los más optimistas se muestran convencidos de que el resultado de las nuevas sinergias dentro del club será muy positivo. “Haremos una Unión Europea tan atractiva que vuestros hijos y vuestros nietos querrán volver”, vaticina Manfred Weber, líder del Grupo Popular en el Parlamento Europeo.

La división sobre el camino a seguir, sin embargo, es evidente. Los más federalistas, con Verhofstadt al frente, sueñan con un gran salto en la integración tras la conferencia sobre el futuro de Europa, sin trajes a la medida para cada país (como el que disfrutaba Reino Unido y mantiene Dinamarca) ni cheques de rebaja en el presupuesto comunitario (como el de británicos, alemanes, holandeses, suecos y daneses).

Otros ven imposible esa ambición federal con los miembros del club actual. “Deberíamos ir”, como propone el presidente francés, Emmanuel Macron, “hacia una integración voluntaria, como se hizo con el espacio Schengen libre de fronteras”. La experiencia muestra que cuando un grupo de países avanza (como en Schengen o la unión bancaria) incluso los socios más reacios se apresuran a subirse al carro para no quedarse descolgados.

La historia de la última década, sin embargo, muestra que el club no logra pactar grandes pasos hacia adelante. A partir del 1 de febrero se visualizará, además, que el frenazo no se debía solo al presunto obstruccionismo de Londres. La falta de entendimiento entre Berlín y París y el instinto nacionalista de muchos políticos europeos, desde Orbán en Hungría a Matteo Salvini en Italia, dificultan el éxito de cualquier iniciativa, con o sin británicos. Para algunas fuentes, el baño de realismo se impone. “Europa es, sin duda, nuestro futuro. Pero estamos en un momento malísimo y toca mantener la llama encendida y pasar el temporal”, recomienda una antigua alto cargo europea.

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