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¿Por qué se llama Cristo a Jesús?

Jesús, Cristo, Jesucristo… aunque estos términos a menudo se usan indistintamente, cada uno tiene un significado propio y un uso específico.

Cuando se estudia el personaje de Jesús de Nazaret desde el punto de vista histórico, se suele usar su nombre propio. Cristo y Jesucristo son términos pertenecientes al ámbito religioso: Christós es un término griego que significa “ungido” y que usaba con frecuencia Pablo de Tarso, una de las figuras más importantes en los inicios del cristianismo y que contribuyó en gran medida a difundir las enseñanzas de Jesús en el Imperio Romano.

Pablo de Tarso tenía raíces judías, pero se había formado en la cultura griega y romana: Cilicia, su región natal -en el sureste de la actual Turquía-, había sido fuertemente helenizada como parte del Imperio Seléucida y en el momento de su nacimiento llevaba unos 70 años bajo dominio romano. A menudo se le llama “el apóstol de los gentiles” porque, nacido en el punto de confluencia entre el mundo oriental y el occidental, supo adaptar el mensaje evangelizador para hacerlo llegar a un público de cultura helénica. Al hablar de Jesús solía referirse a él como Iesoûs Christós, “Jesús el ungido”, que se contrajo en el nombre de Jesucristo; por la gran influencia que tuvieron sus escritos en la formación del cristianismo, este término terminó siendo adoptado en el ámbito religioso para hablar del personaje en su aspecto místico, mientras que el nombre Jesús se usaba para referirse al hombre.

Enviado de Dios

El acto de ungirse con aceites era un rito común en algunas civilizaciones antiguas del Mediterráneo. Se creía que, mediante el aceite, la divinidad extendía su protección sobre el ungido, reconociéndole como su representante; por ello era una práctica que establecía la legitimidad de los sacerdotes o, en el caso de monarquías teocráticas como la hebrea, del rey. El rito de la unción ya se mencionaba en la Torá como procedimiento por el cual los reyes de Israel recibían una doble aprobación: una por parte de los sacerdotes, en nombre de Dios, y otra por parte de los representantes de las tribus, en nombre del pueblo.

La consideración de “ungido” -en hebreo mashíaj, de donde proviene el término “mesías”-, sin embargo, no se limitaba al rey. La tradición judía atribuye este título a un amplio abanico de personajes que se consideran enviados de Dios, desde los patriarcas hasta el emperador persa Ciro el Grande: este no solo habría liberado a los judíos de su exilio en Babilonia y patrocinado la construcción del Segundo Templo de Jerusalén, sino que el culto zoroástrico era también monoteísta.

Desde que Pompeyo el Grande anexionara Judea a los dominios romanos en el año 63 a.C., aparecieron varias figuras que se autodenominaron mesías: el historiador Flavio Josefo menciona a nueve, además de Juan Bautista y el propio Jesús, que fue considerado por sus seguidores como el último mesías que había sido profetizado en la Torá, el que traería el reino de Dios sobre la Tierra y el fin de las guerras. Cuando el cristianismo se estableció como culto organizado, este aspecto mesiánico se convirtió en el pilar fundamental para la legitimación del poder religioso, con la figura del Papa como intermediario elegido por Dios. También el Islam heredaría este concepto, considerando en este caso a Jesús el penúltimo de los mesías.

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