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Reflexiones para un lenguaje inclusivo

Bien sabemos que la palabra genera mundo, ciertos mundos y no otros. Aquello que no mencionamos no existe. El lenguaje se construye y construye, es una convención social. El lenguaje construye realidades y deja por fuera otras, no es ingenuo, es uno de los mecanismos de poder más efectivos y potentes para quien lo emplea y quien lo produce.

 

Qué se dice, quién habla y quién es el que recibe el mensaje o a quién está destinado marca ciertas pautas discursivas. Por lo general, damos por hechas muchas de las cuestiones que atraviesan el lenguaje y quizás hay que reflexionar sobre su uso.

Nos hemos ido dando cuenta que, con el fin de evitar cierta violencia y discriminación, hay ciertas palabras- o las formas en que se las emplea- que han dejado de utilizarse, eran hirientes o se las usaba de manera insultante. Mientras tanto, otras nuevas se inventan y muchas existentes toman protagonismo.

Hay un aspecto del lenguaje que viene siendo abordado desde el feminismo, la relación de poder y el sometimiento de las mujeres. En lo que se refiere al castellano, su carácter binario ha jugado un papel fundamental para prevalecer al varón por sobre la mujer, en tanto que la mayoría de las palabras que se relacionan con posiciones de poder inicialmente eran sólo masculinas, toda vez que aquellos espacios eran ocupados por los varones.

Si se quiere hablar del Ser Humano, se utiliza el vocablo “hombre” y no “mujer”. Si en plural quisiéramos referirnos a quienes recién nacen, diremos “los bebes” y no “las bebas”. La mujer ha tomado y ganando terreno en la vida social, pública y laboral, y muchas de esas palabras masculinas pasaron a feminizarse, como “funcionario y funcionaria” “director y directora”, etc.

El feminismo ha ido señalando el nivel de poder que estaba en juego en el lenguaje, el nivel de violencia e inequidad que conlleva y ha conllevado la utilización de ciertas palabras y no otras. Aún hoy, vemos que si en un curso hay ocho alumnos y dos alumnas, para referirnos a la totalidad diremos “los alumnos”, y si fuera a la inversa, lo haríamos de igual manera. Es una “masculinización” del lenguaje.

Ahora, si habláramos siempre con “el” y “la”, “los” y “las”, ¿zanjaríamos la cuestión?; ¿aplicaríamos así un lenguaje inclusivo? La respuesta es NO. Por un lado, debiéramos pensar en el orden que empleamos el articulo masculino o femenino, ya que incluso ello implica una posición o definición, es decir, si primero coloco LA o El.

 

Por otro lado, seguiríamos definiéndonos en términos binarios, donde solo existirían dos grupos de personas, y aquí la pregunta es, ¿hay sólo dos grupos?; ¿ayuda a eliminar las barreras que dificultan la equidad e igualdad hablar desde el binarismo?; ¿incorpora todas aquellas personas que no se encuentran en el binomio?; ¿ayudan a que deconstruyamos esos opuestos o “complementarios” creados desde un supuesto biológico?

Si quisiéramos hablar desde un lenguaje inclusivo, no podríamos pensarnos en sólo dos grupos. La diversidad sexual, la visibilidad de aquellas identidades que no “encajan” en el binomio, han puesto en jaque la utilización binaria.

Por eso es que comenzamos a ver la utilización de la letra “X” y el símbolo @, ejemplo Todxs o Tod@s.

Ahora bien, con este símbolo y esta letra, ¿incluimos realmente y nominamos a todas las personas? Otra vez, la respuesta es NO, ya que ni el @ ni la X tienen un sonido fonológico que nos permita leer la neutralidad que queremos transmitir, e incluso si leemos en voz baja o hacia adentro la palabra TODXS, la seguimos leyendo en masculino.

Por ello es que comenzamos a ver y escuchar acerca de la terminación con la letra E, “Todes, Alumnes, Niñes, Medique”, etc. Esta si posee una función fonológica que permite romper el binarismo.

Debemos perder el miedo a la modificación del lenguaje, a la creación de nuevas formas discursivas. El lenguaje ha ido evolucionando y lo seguirá haciendo, mas lo importante es que ese camino irreversible lo sea de manera inclusiva. La neutralidad no hace desaparecer a los individuos, todo lo contrario, permite que la diversidad aflore y sea incluida, que fluya, que se nomine, que nadie quede afuera.

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