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Resultado de la autopsia a la joven que encontraron fallecida en una cuneta este domingo

Bajo el manto de la mañana del domingo, en las calles silenciosas de Reconquista, un sombrío descubrimiento tejió el inicio de una trama llena de enigmas y sombras. A las 09:55 horas, la figura inerte de Lourdes Itatí Caribaux, una joven de 22 años en el umbral de su vida, yacía en la quietud de una cuneta. Sus sueños truncados resonaban en el eco de la ciudad, mientras su cuerpo descansaba en el gélido abrazo del asfalto.

El escenario, marcado por la presencia ominosa de la Estación Transformadora de la Empresa Provincial de la Energía (EPE), parecía teñido por una aura de misterio. A su lado, como un testigo mudo de la tragedia, reposaba una motocicleta gris, su metal frío reflejando la crudeza del destino.

Fue el Dr. Gustavo Argañaráz quien, en el cumplimiento de su deber, se vio enfrentado al silencio de la muerte. Su llegada, preludio de una incertidumbre creciente, confirmó el desenlace fatal que había asolado a la joven enfermera. Las autoridades, movilizadas por el aura de intriga que envolvía el caso, se desplegaron en un ballet de interrogantes.

La Comisaría I, el Grupo Criminalístico, y el médico policial Martín Salinas, cada uno en su papel, se sumergieron en el enigma que rodeaba a Caribaux. Sin embargo, fue la autopsia, realizada en la fría morgue judicial de Reconquista, la que arrojaría luz sobre las sombras que oscurecían su partida.

La revelación del fiscal del caso, Valentín Hereñú, resonó como un eco lejano en el silencio de la justicia. Cariboux había sucumbido a un aneurisma de aorta, una tragedia que se había gestado en las profundidades de su ser, oculta a los ojos del mundo. Una patología de base, silente y traicionera, había marcado el destino de la joven, llevándola al borde del abismo en el instante menos esperado.

La investigación, entre susurros de sospecha y sombras de incertidumbre, concluyó que la muerte de Cariboux había sido un capítulo sombrío de la existencia, marcado por la implacable mano del destino. No había indicios de violencia, ni huellas de un crimen que pudiera borrar las cicatrices invisibles que la fatalidad había dejado en su paso. En el misterio de la muerte, se encerraban las claves de un enigma que, quizás, nunca sería completamente revelado.

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