El gobierno de facto usó la animación para divulgar sus ideas autoritarias, así como prohibió creaciones destinadas a las infancias que no conjugaban con sus ideales retardatarios. Con el correr de los años, los dibujos se convirtieron en herramienta contra el olvido.
Como parte de su intento por modelar una sociedad dócil a su mandatos, la dictadura cívico militar utilizó la propaganda y la censura de forma abrumadora. Tenía especial interés en formatear a las infancias de acuerdo a sus valores “occidentales y cristianos” por lo que las obras artísticas destinadas a este segmento recibieron particular atención. Y los dibujos animados no escaparon a esa lógica.
En 1977, en el momento más duro del terrorismo de Estado, el gobierno dicatorial difundió por los canales de televisión una progaganda animada que aun muchos recuerdan. Arrancaba mostrando una vaca siendo ordeñada por unos monstruos de cara geométrica y dientes filosos, ropa negra y rostros rosados que la dejan flaca, mientras una fábrica que está en el fondo se derrumba.
“Argentina, tierra de paz y de enorme riqueza. Argentina: bocado deseado por la subversión internacional que intentó debilitarla para poder dominarla. Fueron épocas tristes y de vacas flacas. Hasta que dijimos ¡Basta! ¡Basta de despojo, de abuso y de vergüenza! Hoy vuelve la paz a nuestra tierra. Y esa paz nos plantea un desafío: el de saber unirnos como hermanos en el esfuerzo de construir la Argentina que soñamos”, dice la voz en off de un locutor. Mientras, la vaca corre a las criaturas malignas. Al final, un gauchito la alimenta, la vaca se recupera y tiene un ternero. En la pantalla se lee la consigna que se propagaba también en otras piezas publicitarias televisivas e impresas de ese trágico momento: “Unámonos”.
Un antecedente de esta animación es un cortometraje de la década del 60. Se trata de “Mañas y patrañas de gente extraña”. Según explicó el especialista Fernando Martín Peña en un artículo publicado en El cohete a la luna, es “un dibujo animado producido por encargo del Estado para pasar como complemento en los cines comerciales”.
Fue realizado por el estudio de José y Alfredo Zalnero. “Entre sus dibujantes figura Raúl Ávila, cuyo currículum indica que su paso por el estudio de los Zalnero fue entre 1963 y 1965. Ese dato sirve para fechar aproximadamente el corto en 1963, durante el gobierno de facto de José María Guido y en pleno apogeo del anticomunismo vernáculo”, explica Peña, que destaca que “el film se presenta como una fábula, protagonizada por animales antropomorfos a la usanza de Walt Disney y, de hecho, hay patos, ratones y tres chanchitos”, reseña . Como en la clásica historia, en lugar de un lobo, llega un zorro a perturbar la tranquilidad y el orden. En lugar de soplar las casitas, este villano imprime volantes, inventa rumores, brinda discursos y quiere cometer atentados.
“Y otra vez, sin creer en más patrañas, siguió en paz y progreso su destino sin detenerse nunca en el camino a escuchar a quien trae ideas extrañas. Recordemos todos bien el cuento, que esto puede pasar en cualquier momento”, concluye la voz del narrador.
En materia de censura, la dictadura que asoló al país entre 1976 y 1983, fue aún más cavernaria que los otros gobiernos militares. Por ejemplo, como refleja la muestra itinerante “Libros que muerden”, prohibieron obras como “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry o canciones como “El twist del Mono Liso” de María Elena Walsh. También censuraron dibujos animados, como la recordada serie “Erase una vez el hombre”, la serie educativa francesa creada por Albert Barillé, con coproducción de otros países europeos, Canadá y Japón.
Así lo recuerda la periodista Verónica Smink en la BBC: “Los militares ordenaron a Argentina Televisora Color levantar el ciclo luego de que el Episcopado se quejó de que el programa había puesto en tela de juicio el concepto de la creación divina como origen del mundo. También molestó un capítulo que denunciaba la contaminación ambiental”.
Desde su primer capítulo, la serie apelaba a las explicaciones científicas y no a la religiosidad para explicar el origen de la humanidad. Y en su último capítulo, mostraba las consecuencias desastrosas para la naturaleza que generaría en el futuro una sociedad basada en el consumo. En España y en Chile los gobiernos dictatoriales también censuraron la serie.
En Argentina, se sumó que la historieta que se vendía en paralelo al programa “sufrió una curiosa forma de censura: los militares hicieron colocar calcomanías de un grupo musical popular en esa época (la banda española Los Parchís), sobre una página de uno de los tomos que contenía una referencia a la Iglesia considerada ofensiva”, recuerda la periodista.
El texto ocultado burdamente mostraba al sacerdote John Ball, uno de los protagonistas de la revuelta campesina inglesa de 1381, acusando a “esa gente vestida de terciopelo que tiene los vinos y los buenos panes mientras nosotros tenemos la avena y la paja”. Además aparecía Jan Huss, uno de los precursores de la Reforma Protestante que murió quemado en la hoguera, hablando de “esas criaturas de Satán que escogen el estado eclesiástico para comer bien, vestirse bien y poseer la estima”. Con paciencia y cuidado, se podía despegar el pegote de los Parchís y acceder a la información tapada.
Algunos conservamos los fascículos encuadernados de "Érase una vez… el hombre" lanzados a finales de la dictadura: en la foto de @vaninosa se ve la calco de Parchís que censuraba las causas del cisma en la Iglesia. En mi tomo la despegué con suma paciencia. pic.twitter.com/B9p6u0IbNK
— Coso (@unServidor) April 2, 2018
Otras obras animadas muy significativas tuvieron que esperar el retorno de la democracia para poder ser exhibidas. Una de ellas es “Caraballo mató un gallo”, de Simón Feldman.
Es un corto basado en una canción popular antillana y que fue producida con la técnica de papel recortado. Fue estrenada en 1976 en Colombia pero hubo que esperar hasta 1983 para que se reestrene en Argentina, donde luego fue rescatado por el programa “Caloi en su tinta” de la TV Pública.
El más consagrado de los directores de animación argentina, Manuel García Ferré, también tuvo que esperar a que terminara la dictadura para estrenar “Ico el caballito valiente”. Aparentemente, a los censores les molestaba la música de la productora, que era de Mikis Theodorakis, famoso por “Zorba el griego” y por su lucha antidictatorial. Recién en 1987 se estrenó en las salas de nuestro país.
Hay dos detalles en la película que llaman mucho la atención y sobre los que García Ferré nunca dijo nada. Uno es la imagen de la mamá de Ico, con un pañuelo en la cabeza, preguntándose qué será de su hijo que ya no está más con ella. El otro es que en el castillo del Rey a donde el protagonista de la película va a entrenarse para formar parte de la caballeriza del Rey, hay una historia tenebrosa: todas las noches desaparece un caballo. Cuando Larguirucho denuncia la situación ante el monarca y su consejero, el Duque Negro, lo detienen. Los animales no lo quieren ayudar porque tienen miedo.
Tanto en el caso de García Ferré como en el de Feldman, el terrorismo de Estado se ensañó con sus familias.
En el caso del artista gráfico creador de “Anteojito”, según cuenta el periodista Marcelo Larraquy en “Fuimos soldados”, tuvo un familiar directo desaparecido: Ernesto “El Chino” García Ferré, militante montonero de 24 años. En el caso de Feldman, en 1978 los genocidas desaparecieron y fusilaron a su hija Laura, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que tenía 19 años.
En aquellos años de persecución y muerte, se seguían proyectando dibujos animados. Aunque suene insólito, uno de los personajes más populares del momento, la Pantera Rosa, se vió involucrado con los dictadores.
En septiembre de 1975, unos meses antes del golpe, el personaje creado por Friz Freleng en 1963 compartió la tapa de la “Gente” con el jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla. La revista contenía una entrevista ficticia a la caricatura y un perfil adulatorio del futuro dictador, según rescató el periodista Federico Kukso.
Historia del periodismo argentino
En su edición del 4 Septiembre de 1975, la revista "Gente" tenía
– un perfil adulatorio de un genocida
– una entrevista ficticia a la Pantera Rosa
– una crónica en un congreso de brujos pic.twitter.com/ienYpZhiDr— Federico Kukso (@fedkukso) September 17, 2019
El detalle curioso es que luego se supo que el jefe de la marina, el también genocida Emilio Eduardo Massera, en su afán por ridiculizarlo en el marco del enfrentamiento por el poder, apodó a Videla como “Pantera rosa”, por el parecido físico que supuestamente tenían.
Muy lejos de esta odiosa comparación, hace poco la Pantera rosa fue noticia por ser el centro de una disputa en Uruguay por su utilización en la campaña por el referéndum sobre la Ley de Urgente Consideración en Uruguay.
Al principio de la década de los 80 se estrenó en Argentina una de las primeras series animadas japonesas en llegar al país, muy recordada por quienes llegaron a verla: “Capitán Reimar” (o Capitán Harlock en el original), del genial creador Leiji Matsumoto.
Seguramente, los censores no se percataron de su contenido y por eso pudo ser vista en la televisión. El protagonista es un pirata espacial perseguido por un gobierno autoritario hiper militarizado en un contexto distópico.
Memoria, verdad y justicia
En los últimos años, la animación es parte de las obras creativas que colaboran con la lucha por memoria, verdad y justicia. Los casos más difundidos son los de “La asombrosa excursión de Zamba a la Casa Rosada” y el capítulo “Zamba pregunta: ¿qué es la identidad”, en el que aparece la abuela de Plaza de Mayo Estela de Carlotto. Son herramientas indispensables para educar en las escuelas y los hogares sobre qué pasó durante la dictadura.
“La vinculación de este formato a la infancia permite el establecimiento de puentes que acerquen la memoria de las víctimas del periodo dictatorial a las nuevas generaciones, con el fin de consolidar el respeto de los derechos humanos y los valores democráticos en la sociedad, especialmente en aquellos que han nacido sin conocer la represión y la falta de libertades”, señala doctor en Comunicación por la Universitat de València Vicente Fenoll en su investigación “La representación de la dictadura en el cine de animación argentino”.
Un ejemplo destacado es “Padre” (Santiago Grasso Bou, 2013), un multipremiado corto franco argentino realizado con la técnica de stopmotion.
Fenoll recopila otros casos donde se usa el recurso de la animación en determinados momentos: “Los rubios” (Albertina Carri, 2003), “El Tiempo y la Sangre” (Alejandra Almirón, 2004), “La Matanza” (María Giuffra, 2005), “Infancia clandestina” (Benjamín Ávila, 2012), “La mirada perdida” (Damian Dionisio, 2012), “La parte por el todo” (Gato Martínez, Santiago Nacif y Roberto Persano, 2015) y “Las muñecas de la Tía Tita” (MaXi BearZi, 2017). Según plantea el autor, “las escenas animadas permiten evocar visualmente elementos que provienen directamente de la mente de los protagonistas, como sueños y recuerdos, ofreciendo a los autores una mayor libertad creativa y de adaptación”.
Dos obras recientes demuestran la actualidad de la temática y de la animación como recurso artístico. Una de ellas es “Un oscuro día de Injusticia”, un cortometraje animado de 2018 dirigido por Julio Azamor y Daniela Fioere, ganador del Festival de La Habana, que recorre el último día en la vida de Rodolfo Walsh, desde su casa en San Vicente, pasando por el tren Roca, la estación Constitución y la esquina de San Juan y Entre Ríos, donde fue secuestrado.
La otra obra fue hecha del otro lado de la cordillera. Es el corto chileno “Bestia”, de Hugo Covarrubias, que fue nominado en la categoría mejor corto animado de los premios Oscar 2022. Se trata de dos obras que tratan sobre las atrocidades de la dictadura, en Argentina y en Chile, de enorme nivel artístico que logran difusión internacional.
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