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La columna del domingo

Amateurs

Probablemente la mayoría que nos mira desde afuera mientras  practicamos una disciplina, nos rotule de esta simpática manera: amateur. O sea, una persona que practica una actividad sin ser profesional. Sin sacar un rédito económico de la misma. En nuestro caso, el deporte. Pero nosotros, estamos muy lejos de serlo.

Nosotros somos los más profesionales del mundo. Aunque le peguemos con el marco de la raqueta, aunque tiremos al aro como si fuera un lateral de fobal, aunque la paremos con la canilla. Nos importa un pito. Es más, ni nos damos cuenta de nuestra inutilidad.  Nos sentimos Del Potro, Ginóbili o Messi.

¿Y quien es su sano juicio va a venir a decirnos, alegremente, que somos unos burros? Aquel valiente que lo destaque, seguramente se lleve una batería de epítetos bastante desagradables como respuesta. Porque para esto que estamos haciendo que parece deporte, aunque no se note, nos preparamos de la mejor manera para practicarlo.

El deportista amateur es lo más noble que existe en la práctica, de verdad. Si supieran todo lo que tenemos que hacer, los que no tenemos la suerte de vivir de “jugar a algo”, probablemente incorporarían la nominación “mejor deportista amateur” en los premios Martín Fierro.

Acomodamos días, semanas y hasta meses. Pensando en cómo se puede ensartar una horita y media de paddle un martes. O dos horitas de remo el jueves a la siesta. Postergamos laburo, trabajos prácticos y también (aunque parezca feo decirlo) mucho tiempo familiar. Porque nos desvivimos por jugar.

Claro que si, por JUGAR. Nosotros no hacemos deporte. Nos divertimos, nos reímos, nos enojamos, nos desenchufamos de la locura diaria. El problema que parece “insolucionable”, por esas dos horitas de rugby ni siquiera existe. Sepa usted que no vamos al fobal de jodidos. Es, ni más ni menos, una necesidad fisiológica.

Haga usted una encuesta simple: ¿por qué practica deportes? Las respuestas que obtendrá no serán muy diferentes unas de las otras. Es más, se asemejarán notablemente. Todos los dolores que quedan días después de la actividad, los moretones, los ojos negros. Todo, es parte de nuestro profesionalismo.

Porque, aunque parezca una joda o un chascarrillo, no lo es. Una vez que entramos a la cancha, o a cualquiera sea nuestro campo de actividad, dejamos todo nuestro esfuerzo. Como si fuéramos Del Potro, Ginóbili o Messi. Aun sabiendo, muy en el fondo, que no lo somos. Aplaudan, siempre, a los que se animan. Aunque le peguen con el marco o la paren con la canilla.

 

 

 

 

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