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Los policías que robaron la mercadería podría recibir entre 8 y 45 años de cárcel en un juicio

Bajo el sol de un viernes de temperaturas agradables en la ciudad de Reconquista, la justicia despliega sus hilos, enredando al suboficial Hernán Nahuel Peresón en una maraña de acusaciones.

Frente al fiscal Nicolás Maglier, quien ejerce su mirada implacable sobre el imputado, se develan los oscuros secretos de Peresón. Los cargos, como lúgubres sombras, se ciernen sobre él, acusándolo de hurto doblemente calificado en un desdichado incidente, un hurto calamitoso que atormentó al damnificado en su infortunio.

Pero la lista de agravios no termina ahí. El peso de la ley cae sobre el uniforme manchado de corrupción, ya que Peresón es señalado por saquear mercaderías transportadas, agravando su situación por su condición de guardián del orden, en un concierto de abuso de autoridad, incumplimiento de deberes y malversación de caudales públicos.

Tras un meticuloso allanamiento a su morada, los investigadores desenterraron pruebas contundentes. Entre las paredes que ocultaban su deshonestidad, se hallaron cajas repletas de botines delictivos: latas de caballas en aceite, lomitos de atún, frutillas y choclos robados, testimonio mudo de su voracidad insaciable.

La justicia, representada por la jueza Claudia Bressán, dictaminó la legalidad de la detención, clavando así la primera estaca en el corazón de la impunidad. Sin concesiones, dejó la investigación penal preparatoria abierta, y con un gesto firme, mantuvo al imputado entre rejas, sin un horizonte claro de liberación.

En este drama judicial, un rostro emerge como baluarte de la defensa. El abogado Ricardo Degoumois, con su astucia jurídica, arremete contra la implacable maquinaria judicial, buscando fisuras en el edificio de la acusación.

Sin embargo, la sombra de la condena se cierne sobre Peresón. Las cifras, frías como la hoja de un cuchillo, revelan que su destino oscila entre los 8 y los 45 años de prisión ya que el fiscal ordenó todos los delitos en concurso ideal, y al haber concurso ideal entre los delitos, las penas se suman, una sentencia que pende como la espada de Damocles sobre su cabeza. En este retorcido laberinto de leyes y crímenes, solo el tiempo dirá cuál será su destino final, y el de sus compañeros.

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