Reconquista SF

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Policías presos por robar un camión que había volcado en la ruta. Usaron camionetas de la policía y quedaron filmados

Bajo el implacable sol del norte santafesino, donde la Ruta Nacional Nº 11 se estira como una serpiente de asfalto entre los campos dorados de Reconquista, un choque de camiones desató una trama de corrupción y delincuencia. El destino, caprichoso como siempre, decidió entrelazar los hilos del delito de seis hombres con uniformes manchados de deshonor.

El estruendo del metal retumbó en la calma de la mañana, mientras dos colosos de acero se enredaban en una danza de destrucción. El camión, repleto de mercadería codiciada, se desplomó como un titán herido, liberando su tesoro al borde del camino. Heridas menores para los conductores, pero un festín improvisado se avecinaba para los oportunistas.

La noticia corrió como un reguero de pólvora entre los habitantes de los alrededores. Vecinos hambrientos de oportunidades, como buitres acechando su presa, se congregaron alrededor del desastre. Pero entre la multitud sedienta de botín, se escondían lobos con piel de cordero.

Los protectores de la ley, custodios del orden y la seguridad vial, se revelaron como los mismos demonios que debían combatir. Hernán Nahuel Peresón, hijo de Reconquista, es uno de los detenidos en esta banda de “poliladrones”, una pandilla de uniformados corrompidos que hicieron del saqueo un botín.

La traición se materializó en dos patrulleros y dos vehículos particulares, convertidos en cómplices silenciosos de la vorágine delictiva. Las cámaras de seguridad, testigos mudos de la debacle moral, capturaron cada movimiento de los traidores, como si fueran páginas de un oscuro relato que se escribía con el sudor del engaño.

La mercadería, cargada de ansias y secretos, encontró refugio en el hogar de Peresón, como si fuera un botín de guerra que clamaba por su nuevo dueño. Pero la justicia, implacable como el filo de una espada, irrumpió en la morada del ladrón, devolviendo parte del tesoro a su legítimo dueño.

El eco del escándalo reverberó en las calles de Reconquista, mientras Peresón, el traidor de entre los suyos, era arrastrado hacia el abismo de la justicia. Los cinco cómplices, envueltos en el manto de la clandestinidad, se esfumaron en las sombras, pero el peso de la ley los acecha como un cazador implacable.

Así, entre el polvo y la traición, la ciudad de Reconquista se convirtió en el escenario de una saga policial, donde la verdad se desvelaba entre los pliegues oscuros de la corrupción, y la justicia, aunque tardía, al fin se alza como una luz en la oscuridad.

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